Emisora Virtual de la Diócesis sonsón Rionegro
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La Iglesia necesita “evangelizadores con espíritu, es decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras solo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad[205]. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga”. (EG. 262)

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Algunos datos estadísticos

Obispo diocesano: Mons. Fidel León Cadavid Marín

Sacerdotes: 477
Residentes en la diócesis: 307
Fuera de la diócesis: 170

Consagrados: 527
Religiosas: 427
Religiosos: 100

Diáconos: 12
En orden al ministerio: 10
Permanentes: 2

Seminaristas: 604
Menores: 416
Propedéutico: 33
Filósofos: 81
Teólogos: 74

Laicos: 34.390
Asociados: 27.095
Ministerios: 3.201
Funciones: 3.232
Servicios apostólicos: 862

Problemáticas / Necesidades

  • Falta mayor celo pastoral. Hay una tendencia al facilismo y a la comodidad.
  • Los agentes tienen poca creatividad pastoral; terminan haciendo lo mismo de siempre, con resultados no siempre favorables.
  • Existe aún una mentalidad clericalista, alimentada por la presencia de numerosos sacerdotes en las parroquias.
  • Se percibe en ocasiones y en algunas partes, un activismo pastoral rutinario y tradicionalista.
  • Los agentes se ocupan más en una pastoral sacramentalista y de templo, muy poco en una pastoral misionera y de salida.

Fortalezas / Oportunidades

  • La diócesis cuenta con un buen número de agentes pastorales de todo orden.
  • La mayoría de los agentes pastorales poseen una buena espiritualidad y formación doctrinal.
  • Muchos de los agentes tienen espíritu de comunión y sentido de pertenencia.
  • Entre los agentes hay apertura y disponibilidad para la renovación interior y la conversión pastoral.

Actores corresponsables

Ministros ordenados: Obispo diocesano, sacerdotes, diáconos.
Consagrados: Comunidades religiosas, masculinas y femeninas, presentes en la diócesis.
Laicos: Fieles vinculados a la vida parroquial en asociaciones (Movimientos laicales, pequeñas comunidades), ministerios, funciones o servicios especiales.

Camino recorrido

Se han implementado diversos procesos pastorales con resultados favorables tanto para sacerdotes, como para consagrados y laicos.
Se realizan múltiples eventos, año tras año, en orden al crecimiento espiritual y la formación permanente de los agentes, que se referencian en el calendario pastoral de cada año.
Existe un acompañamiento personalizado a los agentes a través de las vicarías episcopales, delegaciones y vicarías foráneas.

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¿Qué es un agente pastoral?

Un agente pastoral es un discípulo misionero de Cristo en el mundo.

¿Quiénes son los agente pastoral?

Agentes pastorales son todos los bautizados, cada quien con una vocación y misión específica en la Iglesia, de acuerdo con los designios de Dios.

¿Cuál es la misión de los agentes pastoraesl?

La misión de los agentes pastorales es llevar a cabo la misión de la Iglesia, es decir, la de anunciar el Evangelio en todo tiempo y lugar, a través de todos los medios posibles.

¿Cómo se clasifican los agentes pastorales en la Iglesia?

Según la vocación y misión de cada cristiano, se habla en la Iglesia de tres tipos de agentes pastorales:

  • Ministros ordenados: Son aquellos cristianos que participan del sacramento del orden en sus distintos grados: episcopado, presbiterado y diaconado.
  • Consagrados: Son aquellos cristianos que asumen los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad de modo permanente, al servicio del Reino de Dios, de diversas formas: vida eremítica, vírgenes consagradas, vida religiosa, institutos seculares y sociedades de vida apostólica.
  • Laicos: Son aquellos cristianos que asumen la construcción del Reino de Dios en el mundo, a través de distintos estados de vida y formas de trabajo. Algunos de ellos se vinculan directamente a la tarea evangelizadora de la Iglesia a través de asociaciones (movimientos laicales, pequeñas comunidades, grupos apostólicos, procesos pastorales), ministerios laicales, funciones y servicios diversos.

¿Cuáles son las características de los agentes pastorales?

  1. Los agentes pastorales saben que no lo son por propia iniciativa, sino por elección divina: es un llamado.
  2. Los agentes pastorales saben que forman parte de la Iglesia, como de un solo cuerpo, donde cada uno cumple una función especial en comunión con todos los demás.
  3. Los agentes pastorales saben que su misión es instaurar el Reino de Dios, primero en la propia vida y luego en el mundo.
  4. Los agentes pastorales saben que necesitan vivir en un permanente estado de crecimiento espiritual y conversión, abiertos siempre a la acción del Espíritu Santo.
  5. Los agentes pastorales saben que su recompensa no será en este mundo, sino en el Reino de los cielos.
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Crecimiento espiritual y conversión pastoral

Muchos factores inciden para que las personas, con el paso del tiempo, pierdan el amor primero, se sientan cansados, desmotivados, acostumbrados a todo, incluso a las cosas más extraordinarias, sin deseos de seguir, etc. Estos hechos, que son parte de la condición humana, afectan por supuesto también a los agentes, a los sacerdotes, consagrados, seminaristas y laicos.

A las condiciones humanas, anteriormente expuestas, se suman algunas tentaciones a las que están expuestos los agentes pastorales. El Papa Francisco menciona algunas (EG 76-109):

  • El enfriamiento de la pasión evangelizadora: Es la tentación de los agentes de perder la alegría de evangelizar y el celo por la salvación de las personas.
  • La asedia egoísta: es la tentación de los agentes de hacer las cosas por hacerlas, sin ninguna motivación espiritual, que genera el gris pragmatismo de la vida pastoral.
  • El pesimismo estéril: Es la tentación que convierte a los agentes en pesimistas quejosos y desencantados. Nada les gusta; están derrotados antes de empezar.
  • El miedo a la confrontación: Es el temor que experimentan algunos agentes a ser invadidos en sus espacios y asumen actitudes siempre defensivas.
  • La mundanidad espiritual: es aquella tentación que consiste en buscar solo el bienestar personal y no la gloria de Dios.
  • La guerra entre nosotros: Es la tentación que se da entre los agentes por los afanes desmedidos de poder, prestigio, placer o seguridad, que los lleva a constantes confrontaciones, envidias y celos.

Las condiciones humanas y las tentaciones a las que están expuestos de modo permanente los agentes pastorales, exigen una renovación permanente; una tarea de toda la vida. Sin esta constante renovación será imposible llevar a cabo una verdadera evangelización. No se puede anunciar el Evangelio con agentes cansados, aburridos, desmotivados. Hay que recuperar el amor primero, las energías espirituales, las motivaciones, para poder continuar el camino. Desde el momento en que creemos en Cristo, nuestra vida comienza un proceso de renovación y se va completando, día tras día, hasta que lleguemos a la medida de la plenitud de Cristo (cf. Ef. 4, 13)

En primer lugar cada quien, personalmente. Cada uno debe poner todo lo que esté a su alcance para renovar su vocación, su ministerio, su vida espiritual, su apostolado, su vida personal, etc. Muy poco se puede hacer cuando el mismo agente pastoral no quiere cambiar. Pero también es responsabilidad de todos, porque en la Iglesia todos somos responsables de todos: el obispo, los sacerdotes, los consagrados, los laicos. Unos y otros ayudándonos a crecer espiritual y pastoralmente.

Muchas cosas, pero fundamentalmente dos: crecimiento espiritual y conversión pastoral.

Significa ser más. Crecer es una acción que implica ante todo el ser como tal, la persona en sí misma. El crecimiento humano espiritual es lo que garantiza una vida mejor. Las personas deben crecer no solo físicamente, sino también espiritualmente. El crecimiento espiritual es lo que  garantiza en parte la felicidad, la seguridad personal, las relaciones interpersonales maduras, un trabajo más cualificado, entre otras cosas.

La conversión pastoral apunta más a la acción, a la actividad pastoral de los agentes. En el cumplimiento de la tarea evangelizadora, los agentes deben renovar de modo permanente su mentalidad, sus actitudes, su estilo de trabajo; de no hacerlo, correrán el peligro de hacer “ineficaz” su trabajo pastoral.

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“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño.
Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño” (1 Co. 13, 11).
Y luego añade una distinción: “Hermanos, no seáis niños al juzgar.
Sed niños en lo que se refiere al mal,
pero como hombres maduros en vuestra manera de pensar” (1 Co. 14, 20).

Es el proceso mediante el cual se perfecciona nuestra naturaleza humana, hasta niveles cada vez más elevados de crecimiento espiritual y desarrollo humano. Se trata de un proceso que dura toda la vida, unidireccional, progresivo, que cada persona lo jalona y en el que intervienen innumerables factores biológicos y culturales.

Sobre esta cuestión, la psicología ha hecho grandes aportes y señala algunas manifestaciones claves de madurez, tales como:

  • Se acepta y valora a sí mismo.
  • Procede cada vez con mayor libertad.
  • Actúa según sus convicciones y recta conciencia.
  • Tiene mayor claridad de pensamiento.
  • Actúa con más responsabilidad.
  • Valora y disfruta mejor la vida.
  • Posee mayor capacidad de adaptación según las necesidades y circunstancias.
  • Maneja de modo más ecuánime los conflictos y las dificultades.
  • Lucha con decisión y realismo por aquellos ideales que le dan sentido a su vida.
  • Establece relaciones interpersonales más serenas y equilibradas.

Sin madurez es muy difícil vivir la vida cristiana y ser santos. Por otra parte, muchas de las dificultes que se dan en el ejercicio del trabajo pastoral se deben, en gran medida, a la falta de madurez de los agentes. A veces hay agentes de pastoral adultos que actúan como niños.

“Los cristianos no tenemos que ir muy lejos para encontrar un modelo de madurez auténtica y un camino seguro para avanzar firmemente hacia ella. Jesucristo, el hombre perfecto, es el centro y el modelo de la vida cristiana. Él nos ha dejado un ejemplo consumado de madurez y nos invita a imitarlo. Cuando uno piensa en la vida de Cristo, no puede dejar de conmoverse inmediatamente de su profundo sentido de identidad personal. Él sabe quién es y para qué está aquí. Al venir al mundo, resume su actitud en las palabras: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Toda su vida es un desarrollo continuo de esa identidad, tanto que hacía de la fidelidad a ella su alimento: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra” (Jn. 4, 34). Jesús jamás sucumbió ante la opinión de la gente. Cuando las multitudes, admiradas por sus enseñanzas y milagros, querían llevárselo para proclamarlo rey, él se retiró solo, porque su hora no había llegado aún. Y cuando llegó finalmente esa hora, se abrazó a la voluntad de su Padre y se entregó libremente a la muerte, a pesar de que su naturaleza humana se resistía ante la perspectiva de tanto sufrimiento. No podremos encontrar en ninguna parte un ejemplo más perfecto de madurez. La vida de Cristo es un libro abierto que nos revela la verdad sobre nosotros mismos y nos señala el camino a seguir. La formación de una personalidad madura, verdaderamente integrada, es un ideal por el que vale la pena luchar. La sociedad actual, que con frecuencia valora más el “tener” que el “ser”, necesita con urgencia nuevos testimonios de madurez. Solo viviendo de acuerdo con la verdad de nuestro ser, podremos descubrir el camino que conduce a la felicidad auténtica y duradera. (http://www.mercaba.org/ARTICULOS/M/madurez_humana.htm)”

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“Sed santos como mi Padre celestial es santo”
(Mt. 5, 48)

Porque lo propio de todo agente pastoral es buscar la santidad. Nadie mejor que los santos para anunciar el Evangelio. Sería un contrasentido pretender que los demás sean discípulos misioneros de Cristo, cuando el mismo agente pastoral no se esfuerza por serlo.

La santidad es obra de Dios que, a través del Espíritu Santo, actúa en cada persona a lo largo de toda su vida y de modos diversos. La santidad no es, por tanto, una obra humana, para que nadie se vanaglorie, pero sí la apertura a la acción del Espíritu. El Espíritu Santo no actúa en contra del deseo y la libertad de nadie.

La vocación de todo cristiano es la santidad, lo dice el Concilio Vaticano II. La santidad es el proceso mediante el cual Cristo se configura más plenamente en cada cristiano

Jesús señala, entre otros, especialmente tres: oración, penitencia y limosna. Sin estos medios es muy difícil un crecimiento en la santidad.

Esta pregunta la hace el papa Juan Pablo II en la Novo Millenio Inneunte y responde afirmativamente. El bautismo es la entrada en la santidad, pero se requiere ir configurando la vida con el Evangelio, con Cristo. Y eso es un proceso que exige una pedagogía de la santidad adaptada a los ritmos de cada persona. (cf. Nro. 31)

Si bien todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (Cf. LG 40), los caminos, sin embargo, no son los mismos. Cada uno en su propio estado de vida debe abrirse a la acción del Espíritu Santo, quien va santificando a cada cristiano por caminos diversos y adecuados a su vocación.

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La sabiduría es un don del Espíritu Santo que no se encuentra en ninguna biblioteca del mundo. Se adquiere a través de la oración y la meditación de la Palabra de Dios y es fundamental para un anuncio acertado del Evangelio. La sabiduría hace posible la calidad del buen juicio desde la fe en Dios, permite descubrir lo que Dios pide en cada circunstancia y percibir su acción providente en cada momento.

Además de la sabiduría que procede de Dios, los agentes pastorales deben afanarse por ampliar sus conocimientos teológicos y humanísticos y, al mismo tiempo, por adquirir una buena cultura general que, en nuestro tiempo, no puede descartar el conocimiento de otras lenguas.

Advierte san Pablo que algunos, después de haber conocido a Dios, se envanecieron en sus razonamientos (cf. Rom. 1, 21). Puede existir en los agentes pastorales el peligro de un afán desmedido de conocimientos que sin la sabiduría que procede de Dios poco sirve para la evangelización.

Por múltiples razones, entre ellas, para propiciar un diálogo fructífero con el mundo actual tan afanado por ciencia y el conocimiento. Para dar, como dice el apóstol Pedro, razones de nuestra fe. Para una oportuna y adecuada renovación de la mente. Para garantizar una pastoral con sólidos fundamentos doctrinales, más allá del simple sentimentalismo.

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El ser humano, que por naturaleza es social, debe crecer cada vez más en sus relaciones interpersonales, mucho más, quien tiene la misión de anunciar a los demás la riqueza del Evangelio. No es un buen agente pastoral aquel que es huraño y solitario.

  • Interés y cuidado por la propia familia.
  • Amistades sólidas y sanas.
  • Amor fraterno y jovial con los compañeros de trabajo.
  • Cercanía, respeto y aprecio con las personas que nos rodean a diario en todo momento y lugar.

Todo agente pastoral debe afanarse cada día por cultivar más y mejor el don de gentes, que consiste en la facilidad para acercarse a las demás personas y atraer su simpatía. Esto implica mostrar siempre benevolencia, cortesía, respeto, tolerancia, prudencia, amabilidad, interés por el otro, etc.

Que todos sean uno. La súplica de Jesús al Padre por la unidad de sus discípulos es una invitación a la búsqueda permanente de la comunión eclesial, tratando de superar cualquier disensión o animosidad que pueda poner en riesgo la vida fraterna entre los agentes pastorales. Para lograrlo se requiere propiciar el diálogo, la corrección fraterna, la sencillez de espíritu, porque nada es más perjudicial para la actividad pastoral que las divisiones entre los agentes, a veces por cuestiones sin importancia.