Emisora Virtual de la Diócesis sonsón Rionegro

CREER, SEGUIR Y ANUNCIAR A CRISTO
Como el Apóstol Pablo

El objetivo fundamental de la evangelización es propiciar, en el ser humano, un encuentro con Jesucristo capaz de fundar una experiencia discipular que trasforme su vida, haciéndolo a la vez, un misionero que en comunión con la Iglesia, esté apto para anunciar y construir el Reino Dios en medio del mundo que le corresponde vivir.

El ejemplo de una persona que haya vivido esta realidad en los inicios del cristianismo, puede servir de guía al hombre del siglo XXI que desea acrecentar esta experiencia de Cristo, para constituirse en discípulo-misionero del mismo, como lo insiste el Documento de Aparecida. La experiencia de fe del Apóstol Pablo, su modo de seguir a Cristo y el celo por anunciarlo, se presentan como un modelo digno de conocer -Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo (1Cor 11,1)- en la nueva etapa pastoral de la Diócesis de Sonsón Rionegro.

Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo

Pablo

CREER EN CRISTO
Como el Apóstol Pablo 

¿Por qué el creer en Pablo se asemeja a la experiencia de fe que el cristiano de hoy debe continuar cultivando?

“La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). Esta afirmación del Apóstol indica claramente que la fe se vive en el presente, en el hoy de cada día, en las circunstancias concretas que el cristiano experimenta, con sus alegrías y tristezas, con sus angustias y esperanzas; este creer se basa en la aceptación de la salvación que Dios concede en su Hijo, en la experiencia personal de que Cristo murió y resucitó por mí (cf. 1Cor 15,3-5), en que cada creyente puede asumir, como propias, estas palabras del Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí.

¿Cómo llegar a esa experiencia hoy? ¿Cómo comprender que la experiencia que tuvieron los primeros cristianos, puede actualizarse hoy en los cristianos del siglo XXI?

Pablo responde a esta pregunta, señalando que la salvación viene de la fe en el poder de la Palabra de Dios, es decir, de la Buena Noticia que Dios siempre tiene para quien que cree en Él (cf. 1Cor 2,5; Rm 1,16); esta es una Palabra tan cercana al hombre que este no tiene que buscarla en las alturas, ni en los abismos, sino en el corazón donde Dios habla y quien le escucha puede experimentarlo (cf. Rm 10,6-11) “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo” (Rm 10,17).

La consecuencia de creer a la predicación de que Dios actuó de una vez para siempre, a favor del hombre, en la cruz de Cristo, hace que el creyente responda con una actitud de plena confianza en que la salvación es un don de Dios, y al recibir ese don, oriente su existencia en y con una vida vivida desde ese don (cf. Rm 14,22-23; 2Cor 4,13; Gál 2,20; 5,5). Así pues, creer determina la existencia del cristiano y fundamenta su modo de comportarse, porque según el Apóstol “la fe actúa por la caridad” (Gál 5,6). Esto hace que el creyente viva confiando más en el don de Dios, que en sus propias fuerzas (cf. Rm 3,27; 4,2), y a la vez, de que sea consciente que la fe no es una posesión firme y definitiva, por lo que el Apóstol reconoce que la fe se debilita (cf. Rm 14,1), que debe crecer (cf. Flp 1,25; 2Cor 10,15; 1Ts 3,10), que continuamente se ve tentada; por lo que exhorta a permanecer firmes en la fe (cf. Rm 11,20; 1Cor 16,13;) y a estar atentos para examinar si se está en la fe (2Cor 13,5).

SEGUIR A CRISTO
como el Apóstol Pablo

¿Cómo el seguir a Cristo del Apóstol Pablo, ilumina el seguimiento del cristiano hoy?

“Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12). Esta declaración que hace el Apóstol después de relatar en el capítulo 3 de la carta a los Filipenses su experiencia con Cristo, que lo ha llevado a dejar su fe como judío fiel y hombre profundamente religioso, para adherirse al Evangelio, certifica que después de que el hombre acepta el mensaje de salvación y responde con la fe a Cristo, se emprende una carrera cuya única meta es Cristo y que durante la vida terrera nunca se acaba, a esta carrera se le ha llamado seguimiento a Cristo.

La primera realidad del seguimiento es que el creyente no se une a Jesús, sino que Cristo se une al creyente, pues con su encarnación, muerte y resurrección se ha unido al hombre (cf. Flp 2,6-11). El movimiento del creyente es permitir que Cristo se una a Él, que se deje transformar por Él, que se deje alcanzar por Cristo, para seguir tras de Él, la carrera con los ojos fijos en quien inicia y consuma la fe, Jesucristo (cf. Hb 12,2)

El lenguaje del Apóstol está inspirado en las carreras del estadio, ordinarias en las ciudades griegas. Se imagina a sí mismo el Apóstol corriendo hacia Damasco para encadenar a los fieles; pero detrás de él salió otro corredor: Cristo, que le dio alcance y le apresó y ahora se lanza a una nueva carrera detrás de Cristo, no para perseguirlo, sino para poseerlo; y, aunque ya se unió a Él, todavía no lo bastante; por eso corre, buscando apresarle y poseerle más plenamente. Como se percibe el seguimiento es dinámico y progresivo, pues Dios siempre será nuevo, ya que entre más se le conoce, más falta por conocérsele.

El seguimiento, por otra parte, implica necesariamente la cruz, pues el Apóstol busca “conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,10-11). Esta realidad de la cruz, que poco gusta al mundo, hace que todo seguidor de Cristo, en no pocas ocasiones, sea rechazado, burlado, despreciado y hasta corra la misma suerte del maestro. El apóstol lo expresa en afirmaciones como: “Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados” (1Cor 4,10; cf. 2Cor 6,9-10; 12,9). Por otra parte, el Apóstol involucra a todos los creyentes en esta carrera, para que nadie se sienta superior a otro, y todos “desde el punto a donde hayamos llegado sigamos adelante” (Flp 3,16).

ANUNCIAR A CRISTO
como el Apóstol Pablo

Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo;
seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás
es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. (DA 18)

¿Por qué el Apóstol Pablo es modelo de anunciar el Evangelio para el cristiano de hoy?

“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16). Con esta sentencia, el Apóstol muestra que anunciar el Evangelio no es algo accesorio al discípulo, sino un deber, pues como se ha enseñado tanto, en el marco de la Nueva Evangelización, “cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que solo Él nos salva” (D.A. 146)

Para Pablo, anunciar el Evangelio es lo mismo que anunciar a Cristo (cf. 1Ts 2,9; Gál 2,2; 1Cor 1,23), anuncio que tiene su fundamento en el mensaje de la Pascua (cf. 1Cor 15,11-12.14.17), que se hace manifiesto en la proclamación del Crucificado (cf. 1Cor 1,21.23) y que se realiza por una misión o encargo recibido (cf. Rm 10,15; Gál 2,2), que involucra la existencia misma del Apóstol: “no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1Cor 9,27). Por tanto, anunciar es un acontecer que implica activamente tanto al proclamador como al oyente.

Este anuncio, en la mentalidad del Apóstol, busca llegar fundamentalmente donde Cristo aún no ha sido proclamado, lo que se conoce como misión ad gentes: “teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros” (Rm 15,20; cf. 2Cor 10,15-16).